Harry Martinson. Poemas.

 

Escritor y poeta sueco, de origen humilde. Fue marinero y recorrió el mundo. Recibió el Premio Nóbel en 1974.

 

Poder Terrenal

El poder no necesita símbolos. Es omnívoro.
Ahí radica su poder. Su fuerza combativa radica
en que al igual que los gigantes o los malvados de entre los dioses
se apodera violentamente de cualquier cosa
y combate empleando trozos desprendidos del caos:
rocas informes,
corrientes que solamente fluyen,
mares que ondean gratuitamente ante manos gigantescas.

 

El poder no necesita más que utilizar la realidad
tal como es, tal como se presenta,
con su fuerza de confusión, de desorden,
así como el torrente es agua desconcertada
así como el crisol es hierro desconcertado.

 

El poder también atrae en remolinos los frutos de la paciencia y los frutos de la investigación
El que de esta manera sea contradictorio no le incomoda.
Considera a la lógica como su esclava
y a la verdad como una de sus esclavas.
Al final coge los antiguos símbolos
como trofeos para adornar el sombrero. Por capricho.
Sin ninguna necesidad.
Y el mundo sigue rodando.
La realidad continúa su camino.
El omnívoro continúa su camino.

 

Poema estelar

Recuerdo que una vez el resplandor de la luna estuvo aquí
trabajando de plateador.
Aquí estaba el sol con una peineta de oro en su cabellera.
Pero lo más inmenso era la noche con su cola de luz estelar
grandiosamente arremolinada en torno a la visión de los fantasmas
envolviendo todos los horizontes para protegerlos.
 
Una tarde en un sendero de un bosque de abetos
camino de las casas de torreones ayelmados
encontró la hija del astrónomo
la hermosa Deneb
en la hierba
el probable peine de plata
con el que el príncipe de la Torre había peinado una vez el cabello de Berenice.

 

En el Congo

Nuestro barco La fragua de los mares viró para salir de los vientos alisios
y se puso a remontar el río Congo.
Las lianas colgaban arrastrándose por la cubiera como corredereas.
Nos cruzamos con las famosos barcazas de hierro del Congo,
negros de las regiones de los afluentes pululaban sobre la ardiente chapa.

 

Se ponían las manos abocinadas sobre la boca
y gritaban «Que te lleve el diablo» en un idioma bantú.
Maravillados y angustiados nos deslizábamos por túneles de verdor
y en su cuchitril el cocinero pensó:
«Ahora estoy pelando patatas en el corazón del Congo»

 

Por las noches La fragua de los mares escrutaba
la selva con sus ojos rojos,
una fiera rugió, una rata de la selva se zambulló en el río,
un almirez de mijo tosía agudamente
y en alguna parte sonaba lejano un tambor en una aldea donde
los negros de goma vivían su vida de esclavos.

 

 

 

 

 

 

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