Este es el título de un libro singular y único, escrito por Luis Puicercús, vecino, como yo, de ese barrio. A través de sus páginas va recorriendo su calles, evocando comercios, bares, lugares de todo tipo, en su mayoría desaparecidos que conferían a Las Ventas, en contraposición a la humildad y precariedad de la barriada, una personalidad y un pintoresquismo barridos por la modernidad. Esta es una crónica llena de recuerdos, relatados a veces por los hijos o nietos de aquellos vecinos que lo habitaban en los años 30, 40 ó 50.
Por ejemplo la parte en la que habla sobre lo que ahora es la M-30, y que antes era el Arroyo del Abroñigal, hasta los primeros 60:
» … En cuanto al nombre del río (cuyas aguas pertenecían desde el año 1145 al municipio de Madrid), algunos autores llegaron a firmar que las riberas del Arroyo, especialmente en el tramo comprendido entre el puente de Ventas y el puente de O’Donnell, estaban poblados de «abróñigos» (una especie de ciruelas silvestres) y que posiblemente fue esto lo que dio nombre al Arroyo. Lo que si parece demostrado es que la lavanda teñía de morado las veredas del Abroñigal»
«… Antes de la guerra, todos los valles o cuestas de los alrededores del Puente y alrededor del Abroñigal estaban plagados de huertas y árboles frutales. Era un lugar de recreo con un arroyo que llevaba aguas limpias, no muchas, pero que, ayudado por las lluvias servía para que en aquellos parajes hubiera huertos y arboleda, hasta el punto de que los ganaderos que traían toros a Madrid para ser lididados en las antiguas plazas, utilizaban aquellos predios como más adelante se utilizó la Venta del Batán» …. «Fué posteriormente y algún tiempo después de la guerra, cuando los camiones empezaron a volcar en las cuestas los escombros de las casas derruidas por las bombas. Escombros que se aprovecharon para construir pequeñas viviendas, casitas de una planta, chabolas con el tejado cubierto de latas … «
O sobre la calle Alcalá (antes llamada Carretera de Aragón):
» … la famosa taberna de Mariano Polo que fue la primera en instalarse en el barrio, cuando sólo existían algunas ventas aisladas a lo largo de la Carretera «….. «La taberna tenía tres puertas de acceso. En una de ellas se instalaba Carmen, que asaba al carbón gallinejas, entresijos morcillas y chuletas»…….. En la taberna paraban habitualmente Pedrós, Cocolín, Eloíto «el Sordo», Rossi y otros muchos artistas de la carpintería, la albañilería, los toros y el carterismo, respectivamente. Una parroquiana de excepción fue, en ocasiones, la actriz Ava Gardner «el animal más bello del mundo» al decir de la época. Otros clientes eran los alemanes que fundaron el restaurante «Edelweiss, los propietarios del restaurante Biarrtiz y Brigitte Bardot cuando venía a España»…
» A continuación se encontraba el bar Japón. Su propietario abrió después de la guerra «La Maravilla», en el otro lado de la Carretera de Aragón, uno de los garitos de juego más importantes de barrio. Se apostaba hasta debajo de las mesas, cuando la obligada clandestinidad de cara al exterior así lo requería. También tenía un salón privado para partidas de «altos vuelos» en la planta superior del local ……»
«….. Después el mejor almacén de semillas, piensos, alfalfa, salvado, avena y cebada del segoviano Hilario Manso (otro pionero de las Ventas). esta pajería era inmensa y constantemente habia carros trasegando paja arriba y abajo»
Los tranvías:
» Ante la urgencia de conectar el trazado con la Villa, se plantea un primer tranvía que, enlazando en Las Ventas, pudiera transportar al futuro vecindario hasta el extremo sur de la primera barriada, en el barrio de La Concepción. Se elige Las Ventas como punto de enlace con Madrid, por estar allí situado el extremo de la línea del tranvía del Este. Dicho tranvía, cuya explotación fue ruinosa en los primeros años, fue realizado por la Sociedad del Tranvía del Este de Madrid en el año 1882; unía Las Ventas del Espíruto Santo con la glorieta de Embajadores, pasando por Cibeles, Atocha y Ronda de Valencia..» «….Arturo Soria solicita la concesión, el 28 de Marzo de 1989, de un tranvía, desde Las Ventas (Puente sobre el Arroyo del Abroñigal) hasta la primera barriada de la Ciudad Lineal (Barrio de La Concepción), enlazando con el ferrocarril de circunvalación»
«Los vecinos del barrio, acostrumbrados a llamar «la maquinilla» a los tranvías de vapor, continuaron dándoles ese nombre hasta muchos años después. Con la electrificación del circuito, se incrementó notablemente el tráfico de viajeros y fue necesario renovar algunas instalaciones: en 1914 se derriba el antiguo parador de Las Ventas, se realiza una nueva sala de espera, y se establece una doble vía».
(Yo llegué al barrio siendo niña, a vivir en una de las primeras casas nuevas que se estaban edificando.
Aún recuerdo los lugares que más me gustaban:
– La calle, muy angosta, que llevaba hasta el antiguo mercado de Canillas, uno de esos mercados edificados a mediados de siglo, estilo mercado de Torrijos o de la Cebada.
A lo largo de esa calle había casas bajas, con los comercios más variopintos: hornos de asar a los que podías llevar la carne para que te la cocinaran; panaderías, tiendas de comestibles donde se vendía todo a granel, incluídas las especias que proporcionaban a la tienda un aroma penetrante, y una multitud de puestecillos donde se vendía todo lo imaginable: flores (recuerdo los enormes ramos de lilas en primavera), plantas medicinales, hilos, cintas, alfileres, ajos, limones, paloluz, el cacharrero con su burro cargado de botijos … y muy cerca del mercado en una explanada emergía uno de los lugares más pintorescos: el Cortijo de los Mimbrales, un mesón con una pequeña plaza de toros donde podías torear vaquillas después de haberte calentado con unos vinos tintos.
– Lo que ahora es calle de Alcalá, desde Ventas, se llamaba Carretera de Aragón. A ambos lados de levantaban casas viejas de dos o tres pisos, entremezcladas con chalecitos unifamiliares de principios de siglo, de esos que tienen un jardincillo delantero con palmeras y arbolitos. Algunos eran encantadores, de techos puntiagudos y ventanitas con mosaicos, con un aire como de algo detenido en el tiempo. Luego fueron poco a poco desapareciendo…
– Y detrás de la plaza de toros de las Ventas, en el barrio de La Guindalera, un recuerdo de verdor y arboledas, ya que había huertas, tejares y sobre todo merenderos. En las noches de verano podías ir allí llevando la cena y sentarte en mesitas al aire libre bajo un emparrado.
– El barrio de Ventas se extendía hasta Ciudad Lineal (calle Arturo Soria), edificado casi únicamente con
chalets, algunos de lujo, edificados a ambos lados de las vías del tranvía que era su único medio de comunicación. También había allí un economato para los vecinos de esa zona, alejada en gran medida de tiendas y comercios.
Al leer lo que arriba aparece he recordado mi infancia. Nada más nacer, en 1952, viví en lo hoy es la Calle de Alcalá, y antes Carretera de Aragón, a la altura del actual metro de Quintana; al año de haber nacido, o algo así, nos fuimos al piso que había comprado mi padre, en el Barrio de la Concepción, que por aquél entonces estaba recién acabado. Hoy el barrrio, y la zona en general, han cambiado mucho. Y recuerdo com mucha añoranza aquellos tiempos pasados de la infancia y la adolescencia, que para bien o para mal te marcan toda la vida. Un abrazo (Juan)
Si, yo también llegué a vivir en unas casas recién construidas pero, a pesar de ser mi corta edad, no podía por menos de advertir la vida y el encanto que tenía todo el barrio, pese a la falta de medios y carencia de comodidades de aquella época.
Es q
Es que a esa corta edad, las carencias del barrio pasaban inadvertidas; es más, ahora a mí me gustaría que todo fuese como antes, pero el tiempo no se puede detener. Recuerdo que mi papá tenía una moto, y me llevaba hasta el puente de la CEA, en Arturo Soria, y recuerdo también que pasear por Arturo Soría era como pasear por el campo, todo lleno de eucaliptus y todo tan aromático. Tambien recuerdo que para salir del Barrio de la Concepción había un autobús, de una empresa privada, creo, que iba hasta Cibeles. Luego me di cuenta que por por el barrio pasaba también el tranvía 73, que iba desede Ciudad L ineal -donde hoy está el metro de Ciudad lineal- hasta la Plaza de Toros de las Ventas. Y siguiendo con la calle Arturo Soria, de pequeñín me llevaban a unas piscinas que allí había y que ya no existen; concretamente dos: «Tequila» y «Tabarca», y hasta una vez recuerdo haber ido a la piscina «Stela», que aún existe, aunque la M-30 se ha comido parte de sus instalaciones. Pues nada más por hoy; un abrazo (Juan)
yo vivi en florencio garcia en una casaque estaba pegando con elgarage viñas,y ymuy cerca de una fabrica de harinas,mi madre era peluquera y peinaba muchasveces a la dueña de la fabrica que se llamaba doña pura,tenia un amiguito que se llamaba vicentito,pues eramos de la misma edad,me contaba mi madre que donde estabamos viviendo antes habia sido un cine,
Si, el barrio siempre tuvo personalidad, incluso su toque de cosmopolitismo. Yo llegué al barrio en los 50 y recuerdo que en la calle del mercado había puestos de revistas de segunda mano o atrasadas, a un precio económico y que en su mayoría eran extranjeras. Mi padre me compraba una revista infantil, el Billiken que creo era argentina y me encantaba. Incluso alguna de Estados Unidos que mostraba fotografías que parecían de otro mundo: enormes coches, casas lujosas…
En el libro de Luis Puicercús que comento aparecen capítulos dedicados a las calles, entre ellas Esteban Collantes. Asímismo entre las personas a las que agradece su colaboración aparece Mariano Polo, no se si será familia tuya. Te lo comento por si es de tu interés.
Un saludo,
Lydia
Leo estos comentarios y me recorre una sensación agri-dulce por todo el cuerpo, empienza en la espalda y acaba inundando todo el cuerpo. Se agolpan infinidad de recuerdos y eso que «solo» pasé mis primeros 11 años en ese distrito tan querido y añorado para mi. 11 años que hoy aún me siguen pareciendo un cerro de años. Y eso que habría que restarle unos 4 años, los primeros, de los cuales evidentemenete apenas quedan recuerdos. Siete años, siete años que no cambiaría por nada en el mundo. Nací y viví estos años en la calle Esteban Collantes, 11. Cuando era una finca particular con tres edificios bajos, ocupados por otras tantas familias entre ellas la mia, que pagaban una modesta cantidad (imagino) por el alquiler. Colindante con varias fincas, con sus viviendas de planta baja. A la izquierda según entrábamos en lo que para mí siempre ha sido y será un gran patio, había una familia extremeña: Cándido y Benita, con sus tres hijos Petra, Herminia y Alejandro ( que yo recuerde). A continuación estaba el «chivero», con sus rebaños de cabras y chivas(de ahí el chivero) su carromato de reparto de leche al cual me subia cuando le veia llegar y en una ocasión al intentar subir desde la parte trasera, me resbaló el pie y lo introduje entre los radios de la rueda, Miguel no me vió, pero alguien le avisó y a ese alguien debo agradecer que hoy en día no arrastre una posible cojera. La siguiente linde era una calle que quedaba cortada por la finca. Luego una valla con verja hacia de separación de una serie de viviendas a un cierto desnivel en vertical. En fin, lo recuerdo como si hubiese ocurrido ayer. Me recorrí una y mil veces los alrededores. Barrio de la Concepción, y su cine, el Concepción, recuerdo que era nuevo y me gustaba ir a ver pelis como Ben-Hur, La HIstoria mas Grande Jamás contada, y muchas otras que no recuerdo en estos momentos. El cine La Vegas, Lepanto, Mundial, Aragón, Iberia, Las Ventas, Texas, San Blas, etc. La fabrica de ladrillos, las vagonetas, el poblado de gitanos el cual no nos atreviamos a atravesar, los pinillos de la Elipa, el cementerio de la Almudena, etc., etc. Un sinfín de lugares que recorrí una y mil veces. Las calles sin empedrar, sin aceras, sin agua corriente en casa y sin servicio, por supuesto, el cual estaba en el exterior. El barreño de zinc con el agua calentada al sol en el cual mi madre me bañaba (en verano, por supuesto). El paragüero, el afilador, los titiriteros que actuaban en la calle por unas monedas, que daban los mayores ya que los niños no limitabamos a mirar. Mis amigos, sobre todo José Luis, menudos pintas eramos. Los hermanos de este, Antonio el mayor y Tomás el segundo, bueno tenía una hermana que era guapísima. Sus padres. Aún recuerdo sus caras y la del resto de mis amigos. Manolín, el gordo, Antonio y José Luis, todos ellos eran primos. Carlos y posteriormente Francisco, al que más tarde localicé en Moratalaz, cerca de donde fueron a vivir mis padres, previo paso por Vallecas. Cuento todo esto por si alguien que lo lea se siente identificado con alguna de las personas que describo.
Hola. Me gustaría corregir un error del libro.
La calle José María Pereda no se llamó San Pedro por el apellido del dueño de la primera casa, sino Don Pedro que era su nombre (Pedro Peña), mi bisabuelo
GRACIAS. Un saludo