Soy un diseñador atípico. Con el tiempo, muchos diseñadores desarrollan un estilo visual propio, una firma que, quizá inconscientemente, aparece en cada uno de sus proyectos. Esto puede ofrecer ventajas: les distingue de la multitud, atrae a clientes que resuenan con ese estilo concreto y establece un valor de marca basado en su singularidad.
Pero, ¿realmente beneficia esto al cliente? Los clientes suelen buscar versatilidad, adaptabilidad y flexibilidad. Un estilo distintivo puede ser atractivo, pero no siempre se ajusta a la visión de un proyecto determinado.
Mi enfoque es diferente. Aunque cada proyecto que emprendo lleva mi toque personal, no limito mis posibilidades creativas limitándome a un estilo singular. Abordo cada proyecto como una nueva aventura y, como un camaleón, me adapto al contexto y los objetivos específicos del cliente. Esta capacidad de transformación me permite integrarme a la perfección en cada nuevo encargo, amplificando su potencial creativo y garantizando que el diseño final no sea una mera extensión de mi personalidad, sino un fiel reflejo de la visión del cliente.